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8M

  • Foto del escritor: Luciana Menichetti
    Luciana Menichetti
  • 9 mar 2020
  • 6 Min. de lectura

Hoy es domingo, Día de la Mujer, y hace del viernes que estoy sola porque pude ser clara y firme con Juan, mi ex marido, para que nuestros hijos estén un fin de semana con cada uno. Me costó plantearlo porque me daba cosa que él y los chicos piensen que quiero quedarme sola para estar con un tipo. También me dio culpa que los nenes sientan que no quiero estar con ellos.

Anoche un amigo vino a tomar una cerveza y a los dos nos puso incómodos que lo vieran entrar o salir. Mi mamá justo llamó cuando él tocaba el timbre y no me animé a decirle que le cortaba porque tenía una visita masculina.

Después de cenar quise publicar una historia en las redes sobre el placer de estar sola pero no lo hice. Me frenó la conciencia de que hay hombres que interpretan eso como una insinuación. Pensé en que todos los días asesinan a una mujer, en las formas aberrantes en que son violadas. Pensé en mis sobrinas, en las hijas de mis amigas, en las amigas de mis hijos. Me angustié tanto que me costó dormirme. Del pacer de estar sola pasé a revisar que todas las puertas estuvieran bien cerradas.

Esta mañana me fui al lago. Una verdadera delicia estar al sol, en la arena, alternando entre mirar el agua y un libro de Murakami que recién hoy empecé a leer. El personaje arranca criticando que las mujeres, salvo contadísimas excepciones, manejan o muy brusco, o demasiado prudentes.

Al lado mío se instaló un matrimonio grande, su hija y dos nietos. El hombre clavó la sombrilla y se sentó, mientras las dos mujeres prepararon las reposeras, el mate, las galletitas, abrieron el picadillo, sacaron palitas y baldes, desvistieron a los niños, les pusieron pantalla solar, les acomodaron las gorras, los entretuvieron, prepararon sanguchitos para todos (cada diez galletitas ellas se comían una), los retaron, calmaron a uno cuando se clavó una piedra y le limpiaron la boca al otro cuando se la llenó de arena. Ninguna de las dos se quedó en malla.

Cuando me iba, antes de subirme a la chata, me crucé con un hombre que me saludó descaradamente baboso. Me miré en el reflejo del vidrio, rubia, con un solero negro, suelto y escotado. Como acto reflejo me lo acomodé desde los tiritos tapando mejor lo que se veía de la malla.

No sé por qué eso me trajo a la mente a un tipo que hace unos meses, intentando conquistarme, me dijo que las mujeres como yo terminábamos solas. Cuando le pregunté por qué, cómo eran las mujeres como yo, me dijo que demasiado seguras e inteligentes para el gusto de los hombres.

Al mediodía almorcé con mis padres y mi tía “solterona”. Nunca hemos sabido si tuvo novios, amantes, si le gustan los hombres y si estar sola fue una elección.

Mi papá hizo el asado y las mujeres pusimos la mesa y limpiamos. Durante la charla mi papá dijo que no sé qué mujer era “floja de piernas”.

Hace un ratito, mi hijo de dieciséis, vino a casa a buscar algo. En un momento me dijo: _No te digo feliz día porque una amiga compartió una publicación explicando un montón de cosas sobre el día de la mujer. Re interesante, me siento un boludo porque en el grupo del cole esta mañana las saludé a todas_. Y me mandó por mensaje el post para que yo también lo leyera.

Mientras hablaba con él me llegaron tres mensajes masculinos de Feliz día. Al primero le respondí “seremos felices cuando dejen de matarnos”, pero lo borré porque en realidad no lo conozco demasiado y me dio miedo la reacción. Luego de dudarlo un poco, devolví los saludos amablemente.

Seguí pensando en eso y me pregunté si mis otros tres hijos cuando me vean me dirán feliz día o ya habrán hablado del tema con su papá o su hermano mayor.

Recordé cuando una sicóloga, una de las más copadas con quien hice terapia, estando embarazada de mi segundo hijo, me dijo algo así como “Ojalá sea mujer para que le trasmitas tu fuerza”, o “tu actitud como mujer”. No usó la palabra feminismo pero la intención tenía que ver con eso. Más de una vez, con cuatro hijos varones, pensé en sus palabras y me dije que evidentemente mi misión no había tenido que ver con eso.

Mi hermana más chica, a quien admiro por muchas razones, una de ellas, su lucha feminista, hace unos meses me dijo que yo había sido la primera feminista en su vida. La declaración me halagó y sorprendió al mismo tiempo. ¿Yo feminista?

Yo, que hoy tengo pereza de ir a la marcha que un montón de mujeres organizaron en mi pueblo. Yo, que no le expliqué a mi hijo por qué hoy no queremos que nos digan feliz día, ni nos regales flores, promociones ni descuentos en la depilación láser. Yo, que me hice las tetas porque después de amantar me quedé chata. Yo, que no puse nada en las redes porque tengo miedo de poner un bolazo porque me falta leer sobre el tema. Yo, que le pido a mi hermana que me revise algunos relatos antes de publicarlos por si tienen contradicciones o un falso mensaje. Yo, que tardé más de seis meses en hacer valer mi derecho a estar sola algunos fines de semana. Yo, que me acomodé el tiro del solero y le oculté la visita a mi vieja. Yo, que devolví saludos mansamente en vez de aprovechar la oportunidad para explicar brevemente por qué mejor hoy no decir feliz día. Yo, que no le contesté al tipo que las mujeres seguras e inteligentes tal vez prefieran terminar solas que acompañadas por un boludo. Yo, que no me animo a preguntarle a mi tía sobre su vida. Yo, que para no discutir, no le digo a mi papá que ser floja de piernas es nuestro legítimo derecho al placer. Yo, que no me animo a contar muchas más historias de mi vida por miedo a lo que van a pensar de mí. Yo que NO…

Pero en el fondo yo sé que SI. Tengo claro todo lo que me falta y que la presión por ser perfectas llega incluso hasta ahí. Se mete en el corazón del movimiento feminista. Busca la más mínima fisura para hacernos dudar, debilitarnos o enfrentarnos. Somos muchas, heterogéneas y diversas. Entre todas se tejió una red y yo soy una de ellas.

Soy feminista sin saberlo desde que soy niña. Quería correr en auto y me indigné cuando en un concurso de dibujos el premio que me dieron fue una palita, escoba y palo de piso. Mi juguete favorito fue la bici cross. Para los quince pedí que en vez de rosa fuera todo de colores fuertes. Y el regalo fue una raqueta de tenis. Tuve mi primera relación sexual con mi mejor amigo y estuvimos cinco o seis años juntos sin ser novios jamás. Cada uno era libre de seguir conociendo gente. En los almuerzos familiares siempre me quejé si mis cuñados no ayudaban con la mesa y tuve discusiones endemoniadas con el suegro de mi hermana para quienes los jóvenes y las mujeres éramos seres que había que enderezar. Me enamoré de un hombre que no sabía manejar y nuestras primeras vacaciones en auto conduje sola más de dos mil kilómetros. Con él hemos compartido el trabajo remunerado y el del hogar sin medirnos. Nuestros hijos varones cocinan, lavan y se guardan su ropa. En sus habitaciones tienen un cuadro con corazones y fondo rosa los más grandes, y una mesa de luz con flores fuccias los más chicos. Soy feminista sin saberlo porque desde hace mucho tiempo me vengo abriendo camino para ser, hacer y decir lo que quiero.

Cuando los mellizos iban a jardín de cinco, los clásicos pintores rojos para las nenas y azules para los nenes, fueron reemplazados por pintores rojos para todos. Las docentes les explicaron las razones y ellos comprendieron. Unos días después la seño me contó que Camilo le había cuestionado que los igualaban con los pintores pero, para retirarse a la hora de salida, seguían haciendo filas separadas y las nenas siempre salían primero. Esa anécdota me sigue llenando de orgullo.

Me hace pensar en que la sicóloga no estaba errada. La diferencia es que mi misión es criar cuatro varones con pensamiento crítico, que vean en nosotras las mujeres un ser humano distinto e igual a ellos al mismo tiempo. Y que no le tengan miedo ni a una cosa ni a la otra. Ayudarles a ver que el machismo también les hace daño siendo varones, para que se sumen en la lucha por desterrarlo.

Este texto enredado está lleno de contradicciones y de espacios vacíos, pero eso no lo invalida, de la misma forma que no coincidir en todo, no invalida al movimiento feminista.

Lo escribo y lo publico alentada por esta frase: "El océano está hecho de gotas de agua, así que tu gota es importante porque, con otras gotas, podemos hacer un océano".

Esta es mi gota, y AGRADEZCO INFINITAMENTE a todas las MUJERES que han aportado la suya.


 
 
 

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