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La boda

  • Foto del escritor: Luciana Menichetti
    Luciana Menichetti
  • 1 jun 2020
  • 6 Min. de lectura

Un catorce de febrero Juan me regaló un corazón de goma roja. Un objeto anti estrés que vendíamos en nuestra tienda de regalos. Me lo dio en la mano, sin envolver, parados los dos en el fondo del negocio. Era el Día de los Enamorados y agradecí el dulce gesto, pero noté su ansiedad, la que me indicó que había algo más. Observé el regalo con más atención y descubrí del otro lado, escrito con lapicera, un ¿Te casarías conmigo?

Claro que acepté. Estábamos juntos desde hacía nueve años, conviviendo desde ese entonces, con dos hijos, de cinco y un año, y usábamos alianzas de plata que nos habíamos regalado para algún aniversario. Nunca nos había interesado casarnos, ni por iglesia ni por los papeles, sólo habíamos hablado alguna vez de lo lindo que sería una gran fiesta. Pero una gran fiesta costaba mucho dinero, y antes de gastarnos ese mucho dinero (que además no teníamos) en una fiesta, prefería un viaje. Ese sí que era mi sueño. Como en el fondo los dos sabíamos que no íbamos a casarnos, el “Sí acepto” de alguna manera lo tomamos como el casamiento en sí, un compromiso de palabra que nos valía un montón.

Tres meses más tarde nos encontramos con la posibilidad de tener nuestra casa propia a través de un crédito hipotecario de cuotas fijas, en pesos y con una tasa increíble de tan baja. Una de las dificultades para acceder a él era que la casa a comprar tenía que ser a estrenar y tuvimos la suerte de encontrar un dúplex hermoso en un barrio no tan lejos del centro y lleno de árboles. Con esa casa en la mira nos sentamos frente a una chica en el banco para que nos dijera cómo acceder al crédito. Reuníamos todas las condiciones, excepto una (de lo más ridícula): no estábamos casados.

La casa propia nos llevaba a concretar la propuesta del corazoncito, algo que tomamos con entusiasmo. El banco nos obligaba a casarnos y lo aceptábamos, pero no íbamos a darle con el gusto de convertir nuestra boda en un trámite frío.

En el Registro Civil nos explicaron que si queríamos turno cuanto antes debíamos casarnos en un domicilio particular, ya que para hacerlo en el registro no había disponibilidad hasta dentro de unos meses. Perfecto, porque además de la urgencia por conseguir el crédito y no perder la casa (había muy pocas que reunieran todos los requisitos), poder elegir el lugar nos daba la posibilidad de ponerle encanto.

Tenía que ser dentro de cierto radio alrededor del registro que nos tocaba por el domicilio de nuestros documentos, esto es, pleno centro de Córdoba.

Y contábamos con un lugar especial para eso. Esperanto a go.go, nuestro querido negocio, tenía un segundo piso que a veces era depósito, a veces peluquería y otras veces tienda de ropa. En ese momento estaba oportunamente vacío porque hacía poco le habíamos hecho una reforma. Tenía piso de cemento alisado color verde agua, paredes blancas y una gran ventana de medio punto al ras del suelo que daba a la galería donde estaba la tienda, justo en frente de un cantero lleno de plantas.

_Yo me encargo de la decoración_ me dijo Juan. _ Vos dedícate a vos.

El día previo al casamiento le dejamos los niños a la mamá de Juan, él se fue a preparar el lugar y yo me fui a la peluquería. De allí iría a comprarme algo de ropa.

Mi intención era cortarme y acomodarme un poco los pelos pero cuando la peluquera supo que me casaba se abalanzó sobre mí. Susana era de esas personas con buena energía que le pone onda a todo y en pocos minutos me había puesto en modo Novia. Me tiño, cortó, peinó, perfiló cejas y me dio recomendaciones para el otro día sobre cómo maquillarme y acomodarme el cabello.

Con la cabeza prolijita como nunca me fui a un shopping que tenía cerca a buscar ropa. Era pleno invierno pero no quería casarme de pantalones. Caminé horas hurgando cada perchero de cada negocio sin encontrar nada que me gustara o adecuado. Los vestidos que había eran de fiesta y las polleras, de jean o bolicheras.

El optimismo a veces me pone poco realista y ya eran las 21hs, pero algo me impulsaba a seguir revolviendo. En el último negocio que me quedaba por ver, uno chiquito de ropa para adolescentes, en un perchero de liquidación al lado del probador, encontré un vestido tejido, color natural, a la rodilla, mangas largas y cuello volcado. El vestido perfecto a precio de oferta. Lo liquidaban porque estaba muy arrugado, como si hubiera estado hecho un bollo por años. Lo compré y corrí hasta el Laverap del lugar.

La chica que atendía me explicó que no podía plancharlo porque era lana, que tendría que dejarlo en remojo unas horas, escurrirlo a mano y secarlo sobre un toallón. El lugar estaba por cerrar y la boda era al otro día a las 9:30 de la mañana. En pocas palabras y con mucha emoción le conté la situación. Mi alegría y desesperación fueron tan contagiosas que me propuso intentar plancharlo a vapor. En cinco minutos el vestido estaba impecable. Legué a casa cerca de las once de la noche y escondí el vestido para que Juan no lo viera.

A la mañana siguiente, justo una semana después de habernos enterado de la necesidad de casarnos, tres de mis cuatro hermanas me esperaban bien temprano en el departamento de una de ellas para vestirme de novia.

Siguiendo la tradición de llevar “Algo Nuevo, Algo Viejo, Algo Prestado y Algo Azul” me puse unos cancanes dorados, guantes de encaje blancos y zapatos vintage, un abrigo de lana gruesa y una liga azul de la boda de una amiga del alma. Me maquillaron y me pusieron unas florcitas en el pelo. Cuando al final de todo, para no arrugarlo ni mancharlo, me pusieron el vestido, descubrimos que se traslucía todo. Corriendo se cruzaron a la lencería del frente donde consiguieron un enagua divino que solucionaba el problema. Y compraron margaritas para que no faltara el ramo.

Era una mañana helada con un sol hermoso de invierno.

A la vuelta del departamento estaba Esperanto, y allí me esperaban familia y amigos, y por supuesto, el novio.

En el pequeño piso al que se subía por una escalera caracol Juan había preparado un pequeño mundo. Un juego de jardín de hierro blanco y lámparas del mismo color, una cajita musical con una bailarina sobre la mesa, al lado un alhajero chiquito en forma de corazón con las alianzas (las mismas que ya teníamos y que había hecho grabar con nuestros nombres para esta nueva ocasión), flores, dos marcos antiguos con fotografías de nuestros hijos, y la tapa el disco Double Fantasy de John Lennon y Yoko Ono en la pared.

La jueza se sumó gustosa a la escena conduciendo la ceremonia con gracia. Cuando llegó el momento de las alianzas, el Oli, nuestro hijo de cinco años asignado para entregarlas, abrió la tapa de la cajita y los anillos volaron entre las piernas del apretujado grupo de presentes.

La invitada especial fue mi abuela Vieja. Que viajara de sorpresa hasta Córdoba y subiera por esa escalera infernal para estar con nosotros, fue el mejor regalo que recibí ese día.

La jueza nos entregó la Libreta de familia, voló arroz y nos fuimos a almorzar lomitos al Parque Sarmiento. Mi madrina nos regaló la torta y en el jardín del lugar arrojé el ramo a las solteras.

Nuestras madres se quedaron con nuestros pequeños y los novios nos fuimos a pasar la tarde y noche de bodas a un hotel de la ciudad, de esos a los que no vamos nunca porque son muy caros. De pasada fuimos al banco a dejar copia del acta de matrimonio junto a un montón de papeles. También pasamos por un Rapipago a pagar el teléfono del negocio porque llevaba un mes vencido y al otro día mandaban a cortarlo.

Con Juan nos conocimos haciendo mi tesis de Cine y Televisión. Él era el protagonista del cortometraje. Debe ser por eso que nuestra boda no fue soñada, pero sí fue de película.

Hay quienes puedan pensar que esta historia no tiene final feliz, porque a poco tiempo de cumplir veinte años juntos, con Juan nos separamos. Nos separamos como pareja, porque como personas vamos a estar unidos siempre. Por nuestros cuatro hijos y la media vida compartida.

Porque el Amor es energía, y la energía no se crea ni se destruye, se transforma.



 
 
 

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2 Kommentare


Luciana Menichetti
Luciana Menichetti
01. Juni 2020

Gracias!

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carolinaveronicacamano
01. Juni 2020

Hermosa historia🥰

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